Quintana Roo goza de una notoriedad internacional por sus playas de arena fina y sus localidades costeras populares entre los turistas, este estado del sureste mexicano se distingue también por una de las tasas de suicidio más elevadas del país según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
De hecho, esta fue de 8,2 casos por cada 100 000 habitantes en 2017, situando a Quintana Roo en la quinta posición entre los 32 estados que conforman México, claramente por encima de la media nacional que era de 5,2 casos por cada 100.000 habitantes en el mismo año (INEGI, 2019).
Como muestra de la magnitud de los problemas de salud mental en el principal destino turístico de México, Quintana Roo registra tendencias similares para otras patologías como los trastornos de ansiedad que afectarían al 14% de la población activa, frente al 7 % a nivel nacional o incluso el alcoholismo. (Escobar, 2018).
Aunque a principios de la década de los años 2000 se observó un número creciente de suicidios en Quintana Roo, las autoridades sanitarias consultadas mencionaron el clima tropical de la península de Yucatán y sus temperaturas elevadas (que inhiben la secreción de dopamina) como factor agravante del riesgo de depresión y episodios suicidas.
Si bien los determinantes de la salud mental son necesariamente múltiples, y aunque también es cierto que debe tenerse en cuenta la dimensión fisiológica, otros factores sociales y ambientales podrían contribuir a explicar esta situación que requiere ahora la adopción de medidas urgentes por parte de las autoridades.
La intensidad del fenómeno parece enfadar por las características específicas del principal destino turístico mexicano: la importancia de la migración, las condiciones de trabajo, la creciente inseguridad e incluso la precariedad del sistema de salud local.
El atractivo migratorio de Quintana Roo constituye una de las principales consecuencias del desarrollo económico regional generado por el desarrollo turístico. Esta especificidad se refleja en la estructura demográfica de este estado, donde:
De cada 100 personas:
- 20 provienen de Tabasco
- 16 de Chiapas
- 15 de Veracruz de Ignacio de la Llave
- 9 de Ciudad de México
- 8 de Yucatán
(INEGI, Cuéntame de México, 2020).
Esta proporción sitúa a Quintana Roo entre los principales estados receptores de migración interna de México y muestra la afluencia masiva de trabajadores migrantes en busca de oportunidades de empleo en el sector de la construcción y los servicios relacionados con el turismo.
Como signo del dinamismo económico regional, el atractivo migratorio de Quintana Roo representa, un factor de riesgo para la salud mental de las poblaciones migrantes, de las que numerosos investigadores han mostrado una mayor exposición a ciertas formas de sufrimiento psíquico, incluso en el contexto de la migración interna dentro de un mismo país.
El desarraigo, la soledad y las dificultades para adaptarse en la sociedad local son factores de malestar, como manifiesta una mujer joven de unos treinta años que trabaja en la hotelería y que sufrió una grave depresión unos años después de establecerse en Playa del Carmen:
“Aquí tenemos una expresión que dice que hay dos posibilidades con esta ciudad: ¡Playa o te adopta o te aborta!”.
Insistiendo en el carácter particularmente absorbente del trabajo hotelero, su testimonio describe una vida social que se limita a las relaciones profesionales, que a su vez logra sobrellevar debido a la alta rotación dentro del mundo de la hotelería. Aún así reconoce que su situación económica mejoró tras su llegada a Playa del Carmen.
Esta hiperespecialización económica actúa como un factor de riesgo adicional, según el psicólogo Cheroky Mena Covarrubias, para quien estos dos sectores (Cancún y Playa del Carmen) de actividad constituyen “focos rojos” en materia de salud mental de los trabajadores y, en particular, en el tema del suicidio.
“Es un entorno laboral muy competitivo, marcado por horarios y cargas de trabajo excesivas. En el mejor de los casos, la gente tiene un día libre a la semana, si bien les va, con jornadas de trabajo que oscilan entre 8 y 12 horas. ¿Qué tipo de vida podemos esperar en estas condiciones? La gente ni siquiera tiene tiempo para lavar la ropa, ni para cuidar de sus hijos, y mucho menos tienen tiempo para ellos mismos”.
Cualquier empleado con este perfil en su día libre, duerme y no hace nada más, no existe para él tener tiempo de ocio. En realidad, ni siquiera lo piensa.
Probablemente le gustaría cambiar de trabajo, evolucionar, pero incluso pensar en lo que podría hacer le parece ya abrumador porque no tiene el ánimo para ello.
En el sector hotelero, las especificidades propias de las profesiones de servicio y recepción se suman a la carga de trabajo como, explicó una paciente que sufría depresión y tuvo que acudir a terapia psicológica:
“La hostelería es un trabajo muy exigente, sobre todo los puestos en contacto con los clientes. No tienes derecho a sentirte mal, el rostro que muestras a los clientes debe ser siempre el mismo, te sientas bien o no. Eres como una especie de personaje”.
Este fenómeno, descrito como “trabajo emocional” por la socióloga Arlie Russell Hochschild (1983), se traduce en una mayor vulnerabilidad frente a los riesgos psicosociales como el desgaste profesional o la adopción de conductas adictivas.
En este sentido, la nueva Norma Oficial Mexicana NOM-035 sobre los “factores de riesgo psicosocial en el trabajo”, recién adoptada por la Secretaría del Trabajo y Previsión social, representa un paso significativo para la prevención de tales riesgos.
Falta identificar en qué medida la implementación de esta norma entrada en vigor en 2020 puede traer en consecuencia mejoras para los trabajadores de la industria turística.
